El equilibrio entre la densidad poética y el refinamiento del lenguaje

Apuntes sobre la obra de Eduardo Cardozo (Galería SUR) por Gerardo Mantero. Febrero 2021.

Desde su aparición en el escenario de nuestras artes visuales en la década de los ochenta, la prolífera y diversa obra de Eduardo Cardozo —pintor, grabador, videógrafo— se caracteriza por el refinamiento del lenguaje. Sus creaciones expresan climas sugerentes y envolventes que pautan su trabajo independientemente del medio elegido por el artista. Sus composiciones gozan de un equilibrio que nos permite ver el todo, más allá de los puntos de tensión que irrumpen como manchas, formas o accidentes, que dialogan con los espacios que discurren entre ellas, como las notas de una melodía rítmica. Es así que la utilización de la mancha o lo matérico oficia de acontecimiento que logra concretar una estructura formal sólida, que nos incita a descubrir lo que se esboza, o se deja ver como una señal que nos guía por un entramado de significados a descubrir. Al decir de John Berger: «Una línea, una zona de color, no es importante por registrar lo que uno ha visto, sino por lo que le llevará a seguir viendo» (1), y esa sensación entre amable y atrapante que se tiene cuando se contemplan las telas de Cardozo, tiene que ver con la densidad poética que encierra su obra, que parece deambular entre lo subjetivo y lo concreto, entre la abstracción y la figuración,  tensión que la resuelve en muchos casos con la evocación accidental de la observación de lo que lo rodea: «A mí me pasa cuando accidentalmente estás captando la realidad con todos los sentidos y se te aparece, en algunos casos, una imagen en todas sus dimensiones: con sus sonidos y sus olores. Por ejemplo, me pongo a observar un níspero, que tengo en casa, que tiene una hamaca colgada, pero yo lo veo como el inicio de algo. En un momento estaba pintando y se me aparece el árbol con toda su nobleza, con toda su historia, la hamaca, el tronco que la sostiene, su vejez, el sonido que hacen sus hojas. Es lo más parecido a una aparición que uno puede experimentar» (2).

Y este recurrente estado de alerta de todos los sentidos lo llevó a titular su muestra en el Museo Nacional de Artes Visuales Rauschen (2012), que no tiene una traducción exacta del alemán, pero se puede interpretar como el «murmullo que hacen las hojas en el bosque», ese movimiento constante que genera sonidos que no se sabe de dónde vienen. Y en esa serie en particular se respira música, la utilización de los ritmos y el movimiento que inunda la tela y evoca a uno de los maestros que influyó en su obra como lo es Paul Klee: «Toda estructura es movimiento, puesto que empieza en alguna parte y termina en otra; de la ideología se pasa a las formas, de allí al estilo, el cual es el criterio del concepto. El estilo expresa la posición del ser humano frente a las interrogantes de este mundo (estático) y del más allá (dinámico)» (3). Una de las constantes del reconocido estilo de Cardozo tiene que ver con su paleta terrosa, con la recurrente aparición de azules, que recorre toda su obra pictórica, la particular ductilidad en la utilización del óleo, empastado en algunos casos, simulando aguadas en otros, dejando la huella de la espátula; a lo que se le suma su singular manera de trabajar la tela sin imprimación, dejando registros que simulan grabados o enigmáticas sombras. Sus telas ordenan un caos de sensaciones en donde se vislumbran paisajes oníricos o se enfatiza el protagonismo de las texturas, como en sus recientes trabajos con arpilleras, logrando potenciar su contextura, desgarrándola o deshilachándola para lograr juegos de distintas profundidades y claroscuros, donde se resalta lo rústico del soporte o se atenúa su naturaleza con la utilización del yeso, intercalando la tensión de la tela herida con espacios que funcionan como un calmo contrapunto, para que luego el color le dé unidad a la composición.

En otras de sus series lo matérico se ve enriquecido con la incorporación de materiales como alambres, retazos de cerámicas, metal, acero, vidrios, o la imprimación de trozos de pared de su taller, huellas de elementos que resultan de la experimentación permanente de un artista que arriesga sin perder su estilo. Esta actitud lo ha llevado a incursionar en el video, la instalación, la escultura y el grabado, y esta vocación por expresarse utilizando distintas técnicas y fluctuando entre lo formal y lo conceptual tiene que ver con su formación. En el comienzo, en la Escuela Nacional de Bellas Artes (1990) con Ernesto Aroztegui, tapicista de reconocida trayectoria que impartía su magisterio a partir de una mirada abarcativa. Otro momento de significación en su derrotero formativo tuvo que ver con la invitación que recibió del artista conceptual Luis Camnitzer (1993) para asistir a un curso de grabado en Italia: «Cuando presento alguna propuesta yo siento que mi trabajo está en la vereda de enfrente de lo que él hace y a su vez me doy cuenta de que dejé una marca ineludible en lo que hago».

Una de las características del consolidado lenguaje de Cardozo es que puede recorrer los distintos registros imprimiéndole a sus trabajos una fuerza enigmática sumada a la acertada utilización de los recursos elegidos. Estos dos elementos estuvieron muy presentes cuando fue invitado por el Instituto Goethe en el marco de los eventos creados en el contexto de «Montevideo Capital Cultural Iberoamericana» (1996), para un proyecto en compañía del artista alemán Johannes Pfeiffer: Los misterios se dan en la Estación Central de Ferrocarriles. Para la ocasión, Cardozo creó estructuras amorfas utilizando la arcilla que se corporizaba sobre una armazón de mimbre y paja, que, ubicadas en los abandonados vagones como testigos inasibles de un pasado oscuro que evoca la densidad dramática que trasmiten los grandes artistas alemanes, como Anselm Kiefer, Gerard Richter o el mismo Joseph Boys, Cardozo crea atmósferas hipnóticas que disparan múltiples lecturas.

Los procesos de búsqueda y concreción de un lenguaje determinado para un artista siempre son complejos y responden insoslayablemente a la singularidad humana. «Hacen falta muchos años de expresión para llegar a escribir con el sonido de su propia voz» (4).

En este momento de madurez en la obra de Cardozo conviven las reverberaciones de la historia de la pintura a tal punto que ha realizado una reciente serie donde trabaja a partir de la imagen de sus artistas preferidos (Giotto, Fra Angélico, Piero della Francesca, Durero, Jan Van Eyck). Así como en la incursión, con la misma solvencia, en la instalación efímera, el video, la escultura, el grabado, logrando una iconografía propia que también nos habla de su interpretación del arte contemporáneo, lejos de las modas y fiel a los dictados de una pulsión interior que se traduce en la integridad de un artista comprometido con su tiempo.

(1) John Berger (1926-2017). Escritor británico, crítico de arte, pintor.
(2) Fragmento de entrevista realizada para la revista La Pupila (2013).
(3) Paul Klee. Bosquejos Pedagógicos.
(4) Fragmento de cita de André Malraux (1901-1976), novelista francés, ensayista, ministro de Cultura en el Gobierno de Charles de Gaulle.

Eduardo Cardozo Solo el sonido de aquellas palabras, 2012 Óleo, acrílico sobre tela 110 x 164 cm © Eduardo Cardozo

Eduardo Cardozo
Solo el sonido de aquellas palabras
, 2012
Óleo, acrílico sobre tela
110 x 164 cm
© Eduardo Cardozo

Eduardo Cardozo Susurro Óleo, acrílico y tela sobre lienzo 110 x 164 cm © Eduardo Cardozo

Eduardo Cardozo
Susurro
Óleo, acrílico y tela sobre lienzo
110 x 164 cm
© Eduardo Cardozo

Eduardo Cardozo Cicatrices, 2020 Óleo y telas sobre arpillera 102 x 196 cm © Eduardo Cardozo

Eduardo Cardozo
Cicatrices, 2020
Óleo y telas sobre arpillera
102 x 196 cm
© Eduardo Cardozo

 
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Gerardo Mantero (1956, Montevideo)
Es artista visual, editor y gestor cultural. Estudió con los maestros Dumas Oroño, Guillermo Fernández e Hilda López. Ha sido seleccionado por el Museo Nacional de Artes Visuales para participar en el curso de grabado de David Finkbeiner (1986), y en el 2018 fue invitado por KKV Grafik para un curso de residencia en Suecia. Activo desde la década de los ochenta, ha trabajado como ilustrador y diseñador gráfico, ha formado parte de numerosas muestras colectivas y ha realizado muestras individuales en galerías y museos: Estados del Alma en el Banco del Estado de Chile (Santiago de Chile, 1995); Tramas Circundantes en el Museo Nacional de Artes Visuales (2012); Estado de Situación en el Museo Figari (2017) y en la Galería Rostrum (Suecia, 2020). Es codirector de la revista La Pupila desde hace trece años. Obtuvo el premio Morosoli en 2009, entre otros reconocimientos. En el 2011 publicó para la editorial Estuario Diálogos sobre políticas culturales en el primer gobierno de izquierda, una recopilación de entrevistas a intelectuales, artistas y académicos. En el 2013 publicó, en coautoría con Óscar Larroca, La Pupila. Los primeros seis años (2007-2013) recopilación de entrevistas y notas de dicha revista. En la actualidad es curador de la sala de arte del teatro El Galpón.