Recuerdos de lo salvaje
Apuntes sobre la obra de Dasha Shishkin (Fridman Gallery) de Jacqueline Lacasa. Febrero 2021.
Las hegemonías de la memoria, cuando miramos arte, nos llevan a reconfigurar las imágenes, nos llevan a una reedición de experiencias que guía la intuición. Ese es el desafío al que nos enfrenta la obra de Dasha Shishkin, que en el cosmos que crea nos da la oportunidad de evocar, hecho que en estos tiempos pandémicos pasa a ser un mecanismo para desarrollar la resiliencia. Nacida en Rusia en 1977, Dasha Shishkin vive desde la adolescencia en Nueva York, donde ha realizado una larga formación en arte. En su obra, conformada por dibujos y pinturas con distintas técnicas y sobre diferentes soportes, aborda escenas que emergen desde lo más humano, con una fuerte impronta conceptual. Esta artista es presentada por Fridman Gallery en ESTE Journal 2021 con la pieza Unimaginably savage, pintura ampliamente representativa de su trabajo.
En esta pieza inquietante la artista aborda una escena que, siendo cotidiana, presenta un tipo de complejidad en la gestualidad que devela otros pliegues: una figura humana que en su torsión parece casi caer, como si se sostuviera en una estructura inestable, recortada sobre el color rosa viejo de las paredes, que denota el pálido reflejo de un tiempo pasado de cuidado y gustos refinados de época. Sin embargo, una especie de dildo u objeto fálico parece asomar de las nalgas de la mujer mientras un perro de aspecto desgarbado la observa. El tiempo se detiene al intentar comprender la escena, que, a su vez, entre colores pasteles disuelve otros cuerpos, que la artista dibuja como en un relieve. Los rostros se inscriben potentes en la superficie del lienzo. Pinceladas finas que alternan toda la composición y añaden la necesidad de concentrarse.
Un recuerdo
La obra que aprecio me lleva de regreso a la muestra The image as burden, de la consagrada artista Marlene Dumas, que pude visitar en la Tate Modern Gallery de Londres en el 2015.
Cruzar el puente del milenio se convierte en un placer, sobre todo si la tardecita fría se retiró y sabemos que del otro lado nos espera una de las muestras más removedoras que pueden desafiar al espectador contemporáneo. La profundidad con que el asistente siente estas instancias varía de acuerdo a las propias necesidades y viene acompañada de la expectativa que genera el largo recorrido de las obras de los artistas que habitan la Tate. Parte de este camino se vincula con la capacidad de pensar en las escalas con las que producimos, en las que se hace visible la convivencia, lo que advertimos una y otra vez cuando miramos lo nuestro y lo ajeno. Aunque el arte trasciende, en este caso, el sentido de propiedad y, de forma simbólica, los espectadores se transforman en propietarios efímeros, al tomar contacto con la obra, al incorporar o repeler su existencia. Al enfrentarnos al edificio se perciben cambios, por el costado asoma la nueva ala del edificio, a los costados decenas de turistas hacen lo suyo mientras las siluetas de los edificaciones iluminadas no opacan a la magnífica Catedral de Saint Paul, que cubre nuestras espaldas. Unos minutos más tarde, la muestra de Marlene Dumas: The Image as burden (La imagen como carga) se abre ante nosotros, requiere disponerse en cuerpo y espíritu para entablar un diálogo directo con su obra y con la propia artista, que parece alertarnos todo el tiempo sobre los avatares de sus hallazgos y concreciones. Dumas nació en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) en 1953. En 1976 se mudó a Holanda, donde estudió dibujo de la anatomía humana, ampliando su trabajo a través de la investigación de su propia gestualidad pictórica con relación al texto y la imagen en función del intercambio entre el espectador y su obra. Su trabajo es pictórico por naturaleza y tiene varias particularidades, la primera es que al tomar contacto con sus composiciones la Gestalt de su obra es configurada por la artista a través de un mundo que ya ha sido capturado en la imagen de la fotografía. Lo cierto es que su pintura atraviesa la naturaleza propia del ser humano, al romper el principio de individuación nos coloca frente a imágenes en las que los rostros parecen desbordar la proporción matérica de la figura, poniendo en primer plano un juego de pulsiones que cuestionan el bien y el mal de manera directa. Porque otra de sus particularidades es que sus temas están vinculados directamente con la esencia del ser, en donde la vida y la muerte, la sexualidad, la culpa y la vergüenza conviven sin interdictos y en la búsqueda constante de elementos que invisibilizan al ser humano y, en muchos casos, lo aniquilan, como la discriminación racial o de género, entre otros tipos de segregación. Del recorrido por catorce espacios dedicados a la obra de esta artista varias son las que impactan. Entre los temas abordados surgen la sensualidad y el erotismo, cercano a lo que podría parecer para algunos pornográfico puede verse en varias pinturas que trasmiten vivencias sexuales e íntimas, y estas al ser pintadas por la artista se despojan de todo sentido de mercancía para ser cuerpo autónomo.
De regreso
De regreso y a la distancia, al apreciar la obra de Shishkin observo aspectos comunes con la obra de Marlene Dumas. En ambas se destaca su capacidad de borrar las fronteras del “deber ser” a través de su obra y afrontar el desafío de potenciar el valor de la imagen desde su lenguaje, la pintura, para crear un espacio de crítica al orden político.
En la obra de Shishkin se potencian aspectos relacionados con la decadencia que invade esa aparente cotidianidad hasta volverla asfixiante y caótica. El desborde anatómico (¿un nuevo orden?) puebla la fantasía del espacio, tal vez como una posible mutación causada por un virus, tal vez como el recuerdo de un sentimiento que se hizo carne. Hay obras que nos sorprenden, aun cuando estamos conscientes de que su presencia proviene de la insistencia de un sentimiento basado en una forma de ver el mundo en la que aparece un margen de certidumbre. En esa gestión de las emociones se ubica Unimaginably savage, con un vínculo fuerte con aquello que nos perturba y provoca placer. Tal vez, como el can que aparece en la obra, somos espectadores pasivos de ese universo decadente, del fantasma de un pasado incierto o de un futuro distópico. Sea cual fuere la evocación que provoque, sean bienvenidos al recuerdo de lo salvaje.