Lenguas nómades
Cavilaciones sobre Claudia Coca (Galería Del Paseo) de Mariangela Giaimo. Febrero 2021.
La corteza ensanchada, húmeda y blanda
anhela saltar, huir, volar, desvanecerse
sacudirse el asedio tenaz de las raíces.
El agua que no sube por dentro agobia.
Las hojas se pegan al tronco, podridas, negras
impropias en la frescura alegre del verano,
malolientes en la mañana recién nacida
viscosas, carnales, descartables, sucias.
Te reclamo despojada de anestesia
de orígenes rituales y lúdicos.
Te reclamo cruda entre las arcadas y fundiendo el
acero.
Te perdiste de vista para volver a condenar,
más que nunca
has degollado el silencio.
El plástico nunca conoció el silencio
y te pide a ti
madre
que hagas toda la redención.
Entrabas al mar
como a la profundidad de un mito
impenetrable
cuyo misterio
-río Eleusis-
se había llevado el agua.
Entrabas al mar
como a la profundidad de un mito
y viejas leyendas
plegarias tristes
colgaban de tu cuerpo como algas.
Tuve el accidente
Geográfico sobre otra lengua
Donde nace luego un exabrupto
Ese animal viscoso que le crece
No es un sapo
Es la hendidura de la palabra
Mal dicha
Maldita
Mal yo
Que me he accidentado
Entonces se hizo acantilado el vértigo
Tambaleando en el borde
Y una fuga de venenos
Asomó debajo entre los músculos
Que bombeaban al compás
De la fuerza bruta de los dedos
Hablamos lenguas que no son las nuestras
Andamos sin pasaporte
Ni documento de identidad
Escribimos cartas desesperadas
Que no enviamos
Somos intrusos numerosos desgraciados
Sobrevivientes
Supervivientes
Y a veces eso
Nos hace sentir culpables
Ahora sí éramos ausencia de peso
Más frágiles todavía que antes
De estructura transparente
Pulseada con el viento
Se nos adelgazaban las líneas
Habíamos olvidado la noción
De nuestras naciones
Como en la playa virgen
doble el viento
el leve junco verde
que dibuja
un delicado círculo de arena
así en mí
tu recuerdo
¿Era la india o su fulgor?
en su altar de piedra y liquen:
una diosa abandonada.
Amante.
Novia.
Cofre.
Urna.
Muladar.
Árbol de magnolias,
te conocí el día primero de mi infancia,
a lo lejos te confundes con la abuela, de cerca, eres el aparador
de donde ella sacaba el almíbar y las tazas.
De ti bajaron los ladrones;
Melchor, Gaspar y Baltasar;
de ti bajaban los pastores y los gatos;
los pastores, enamorados como gatos,
los gatos, serios como hombres, con sus bigotes y sus ojos de enamorados
Esclava negra sosteniendo criaturitas, inmóviles, nacaradas.
Virgen María de velo negro,
de velo blanco, allá en el patio.
Eres la abuela, eres mamá, eres Marosa, todo eres, con tu
eterna
juventud, tu vejez eterna,
niña de Comunión, niña de novia,
niña de muerte.
Llevo la piel atada en jirones:
las raíces atascadas,
colgadas como una estola.
Uso el rostro marcado,
tengo suelto cada diente:
bailan en mi boca como un puñado de piedras.
Llevo la boca saturada por un vino exquisito,
brebaje rojo:
áspero rezumadero de mis tajos.
Labios abiertos más allá del grito.
Y aún no es bastante.
Dios levantó la piel de mis huesos,
dejó los pómulos ventilados,
las venas expuestas
perseguidas por la sombra de una extrema delgadez.
El hierro quemó como plancha
y tuve olor a asado y a carne asada al mediodía.
Fue la quema de todas mis edades.
Sepultada ante siglos de arena
cubrí los costurones con empastes de hierbas.
Acaricié hasta el hartazgo
los duros bordes de las heridas.
Profané su obra en honor a mí.
Esculpí mi rostro
para arrebatarme después
ante el reflejo de sus ojos.
La piel se secó,
se estiró,
se volvió blanca.
Demasiado apremiante,
mi deseo quedó exhibido ante las bestias.
Recibí grito látigo fiera.
Fui desmesurada:
bruja inmóvil,
atroz maleficio de mis juegos.
Acabé metida en una hoguera
vuelta al revés,
devorando uno a uno
los pequeños huesos de una rana.
La insensatez, la rabia, el mal genio, pero también
teníamos un parral, un guayabo, tres ciruelos y un
naranjo. ¿Para qué más, decían? Alcanza con los frutos
porque siempre crecen, se renuevan y estallan blancos
los árboles donde el invierno retrocede.
Teníamos un mantel a cuadros en un bosque donde
papá y yo nos tapábamos los ojos para contar hasta
cien y mamá se convertía en un pez allá en el límite
del río. Y después regresábamos a casa con la tristeza
del retorno cuando la noche inicia y todas las fieras se
levantan para devorarnos.
Lo que tengo es miedo. Podría decir por ejemplo:
hay fieras que anidan en mi lengua y el metal de una
espada me ha cortado como a aquellos que en vida
desmembraron a sus padres. Los partieron en dos y
se quedaron para siempre bajo la sombra de la parra
donde las uvas brotaron inmensas en la memoria.
Pero lo único que tengo es miedo y para eso no hay
metáforas, ni símbolos, ni calderos con los que atrapar
mojarritas en verano, entre las rocas de una playa al
mediodía.
Una vez vi un alce roído entre los pastos. Los huesos
bajo la lluvia, toda su piel desprendida.
La ley del más fuerte, me enseñaste y me pediste que
me vengara de los que por amor olvidaron la pavura.
¿Y yo? ¿Qué puedo hacer yo si no sé reconocer el árbol
por su fruto? ¿Si solo el poema me sostiene como una
barca a mitad del campo?
Medidas extremas hacen falta
para detener la violencia
aliviar el dolor
recuperar lo perdido.
Los defectos y las virtudes arrancados, una vez atesorados
Se convierten ahora en la peor fantasía.
Irrecuperables, inalcanzables.
Tal vez sea hora de encontrar.
Nuevos.
Nuevas.